Vivaldi – Mozart – Schumann

Orquesta Sinfónica Nacional

El programa abrirá con la célebre Danza de la pipa de la paz, del compositor francés Jean–Philippe Rameau, una obra destacada del Barroco tardío. A continuación, se interpretará el Concierto para fagot en la menor de otro gran maestro del Barroco, Antonio Vivaldi, con la participación solista de Leticia Benia. El Clasicismo estará representado por Mozart y su Sinfonía n.º 32, una obra breve pero de gran energía. Luego, el flautista Manuel Jiménez será solista en el Concertino para flauta de la compositora francesa Cécile Chaminade, una pieza que combina lirismo y virtuosismo con un estilo romántico refinado. La música francesa llegará de la mano de Erik Satie con su Gymnopédie n.º 1, orquestada por Debussy. Como cierre del programa, se interpretará la Obertura, scherzo y final del compositor romántico alemán Robert Schumann.

 

Programa

Jean–Philippe Rameau
(Dijon, 1683 – París, 1764)
Danza de la gran pipa de la paz, de Las Indias galantes
Antonio Vivaldi
(Venecia, 1678 – Viena, 1741)
Concierto para fagot en la menor, RV 497

  1. Allegro molto
  2. Andante molto
  3. Allegro

 

LETICIA BENIA

Wolfgang Amadeus Mozart
(Salzburgo, 1756 – Viena, 1791)
Sinfonía n.º 32 en sol mayor, K. 318

  1. Allegro spiritoso
  2. Andante
  3. Primo tempo
Cécile Chaminade
(París, 1857 – Monte Carlo, 1944)
Concertino para flauta, Op. 107

MANUEL JIMÉNEZ

Erik Satie
(Honfleur, 1866 – París, 1925)
Gymnopédie n.º 1 (Orq.:  Claude Debussy)
Robert Schumann
(Zwickau, 1810 – Endenich, 1856)
Obertura, scherzo y finale, Op. 52

Dirección: Nicolas Rauss

Solistas: Leticia Benia (fagot), Manuel Jiménez (flauta)

Jean–Philippe Rameau fue una de las figuras más innovadoras del Barroco francés: pionero en el estudio sistemático de la armonía y, al mismo tiempo, el compositor que transformó la ópera francesa con una audacia rítmica y orquestal sin precedentes. Estrenada en 1735, Les Indes galantes (Las Indias galantes) representa el segundo título escénico del compositor y se inscribe en el género opéra–ballet. Derivado de la ballet de cour y de la tragédie lyrique, este género resulta más ligero, variado y sin una unidad argumental estricta: cada entrée (literalmente “entrada”, aunque puede entenderse como “episodio”) narraba una historia independiente, unidas por un tema en común (en este caso, el poder del amor en tierras exóticas). En esta obra, Rameau une la elegancia cortesana con una nueva sensibilidad hacia lo real y lo humano. La célebre Danza de la gran pipa de la paz, que cierra la cuarta entrée (Los salvajes), es quizá el ejemplo más elocuente de esa síntesis. Inspirada en el baile de una delegación de nativos norteamericanos que Rameau presenció en París en 1725, la escena final propone, bajo el rito del calumet (pipa), una reconciliación simbólica entre pueblos. El compositor integra en esta chacona su característico lenguaje armónico, colores orquestales brillantes y un ritmo vivo y contagioso, transformando el exotismo en una metáfora de fraternidad. Con este final, Rameau eleva la danza a un acto de comunión universal y afirma su lugar como pionero de un teatro musical en el que música, gesto y humanidad se funden en una misma visión.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Compositor fundamental del Barroco italiano, Antonio Vivaldi fue un verdadero arquitecto del concierto instrumental, al que dio una forma coherente y equilibrada que luego heredaría el Clasicismo: estructura tripartita rápido–lento–rápido, claridad tonal, alternancia de contrastes y un refinado equilibrio entre virtuosismo y lirismo. Su contribución fue decisiva en la consolidación del concierto solista como género, otorgando protagonismo individual a instrumentos hasta entonces relegados al acompañamiento, como el fagot. Entre los casi 500 conciertos que compuso, los 39 dedicados a este instrumento —de los cuales se conservan 37— constituyen un corpus sin precedentes en la historia del Barroco. En ellos, Vivaldi explora las posibilidades expresivas y técnicas del fagot, alternando su función como bajo continuo con su voz solista, capaz de cantar y dialogar con la orquesta con gran flexibilidad tímbrica. Escrito hacia 1734–35, el Concierto en la menor, RV 497, ejemplifica esa maestría: el instrumento emerge gradualmente del continuo hasta afirmarse como protagonista, despliega en el movimiento central un tono elegíaco y profundo, y concluye con un final ágil y luminoso que realza la expresividad sobre la pura exhibición técnica. En esta obra, Vivaldi revela su comprensión íntima del instrumento y su capacidad para transformar el virtuosismo barroco en una auténtica profundidad expresiva.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Entre las más de cuarenta sinfonías que compuso Mozart, la Sinfonía n.º 32 en sol mayor, K. 318 destaca por su carácter híbrido entre la sinfonía orquestal y la obertura operística, y por la brillantez con que el compositor transforma un formato funcional en una obra de alta elaboración artística. Escrita en Salzburgo en abril de 1779, poco después de su regreso de París y hacia el final de su servicio en la corte del arzobispo Colloredo, esta partitura breve y festiva se organiza según el modelo de la obertura italiana tripartita (rápido–lento–rápido), con tres secciones enlazadas sin interrupción. El primer movimiento, en forma sonata sin repetición de exposición, despliega una energía orquestal incisiva que se interrumpe súbitamente para dar paso a un andante en forma de rondó, de colorido refinado gracias al protagonismo de las maderas. El finale retoma los materiales iniciales en orden inverso, cerrando la obra con una “recapitulación invertida” de gran ingenio. Aunque durante mucho tiempo se la vinculó con las óperas Thamos, König in Ägypten o Zaide, hoy se descarta esa relación directa. Su orquestación —que incluye cuatro trompas, dos trompetas y timbales, además de cuerdas y maderas completas— confiere al conjunto una sonoridad excepcionalmente luminosa, anticipando la riqueza tímbrica y el esplendor formal de las sinfonías vienesas que el compositor escribiría pocos años después.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Cécile Chaminade fue una de las compositoras más destacadas de la Francia de fin de siglo, reconocida por su refinado lenguaje melódico y por abrir camino a las mujeres en el ámbito musical profesional. Aunque activa profesionalmente durante la primera mitad del siglo XX, el lenguaje de Chaminade se inscribe en el Romanticismo tardío francés, vinculado al gusto del fin de siècle. Formada en piano, violín y composición, mostró desde muy joven un talento excepcional que llamó la atención de Georges Bizet, quien la alentó a seguir su carrera. Su música, de inspiración romántica, pero con una voz personal inconfundible, combina elegancia, lirismo y un sentido teatral del color orquestal. Fue la primera mujer en recibir la Légion d’Honneur (1913), un reconocimiento a su trayectoria en una época en que las mujeres rara vez eran admitidas en los círculos compositivos.

Su Concertino para flauta y orquesta, Op. 107, compuesto en 1902 por encargo del Conservatorio de París y dedicado al flautista Paul Taffanel, es hoy una obra emblemática del repertorio del instrumento. En un solo movimiento y de forma libremente rondó, el Concertino despliega una melodía de gran encanto y virtuosismo que exige del intérprete tanto sensibilidad cantabile como agilidad técnica. El animato central aporta energía rítmica y brillo, mientras la cadenza final condensa el carácter apasionado y expresivo de la obra. En esta obra, Chaminade logra una síntesis perfecta entre lirismo francés y virtuosismo instrumental, ofreciendo un arte de innegable encanto y sofisticación que aún hoy conserva su frescura y atractivo.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Erik Satie fue, sin dudas, una de las figuras más singulares e influyentes del modernismo francés. Compositor excéntrico, irónico y profundamente original, desafió los ideales románticos de su tiempo al concebir una música despojada, estática y deliberadamente antirretórica, precursora del minimalismo y de la música ambiental del siglo XX. Con Satie asistimos a una música que propone estados de ánimo en vez de expresar sentimientos; una música que abandona el desarrollo temático en favor de la economía de materiales, la repetición y la quietud; una música contemplativa que parece suspenderse en el tiempo. Su célebre Gymnopédie n.º 1, compuesta en 1888, encarna a la perfección ese espíritu: una melodía sencilla y suspendida sobre armonías lentas y sutilmente disonantes, que evocan una serenidad arcaica y melancólica. Inspirada en las antiguas ceremonias espartanas de los “jóvenes desnudos”, la pieza sugiere, más que describe, una atmósfera de quietud ritual y poesía atemporal. Aquí Satie logra una síntesis entre lo antiguo y lo moderno: la economía de medios y el ritmo hipnótico reemplazan la narración y el virtuosismo. Años más tarde, Claude Debussy, uno de sus primeros admiradores, orquestó las Gymnopédies n.º 1 y 3, realzando su carácter etéreo mediante un delicado entramado instrumental que amplifica aún más su atmósfera suspendida y onírica.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Tras su matrimonio con Clara Wieck, Schumann atravesó un período de exaltación creativa que él mismo llamó su “año sinfónico”. Ese año, 1841, el compositor escribió sus dos primeras sinfonías (la segunda escrita se publicó como su Cuarta), comenzó a trabajar en su Concierto para piano, y compuso íntegramente la Obertura, Scherzo y Finale, Op. 52, incluida en el presente programa. Concebida inicialmente como una Sinfonietta y luego descrita por el propio Schumann como “una sinfonía sin movimiento lento”, esta obra ocupa un lugar singular dentro de su producción orquestal: más ligera y transparente que sus grandes sinfonías, pero llena de inventiva temática, energía rítmica y refinamiento formal. La Obertura se abre con un gesto dramático en mi menor que pronto se transforma en un discurso luminoso y expansivo; el Scherzo, animado y ágil, contrasta con un trío de carácter lírico y pastoral; y el Finale, de escritura fugada y espíritu alegre, cierra la obra con una brillante afirmación de vitalidad. En conjunto, la partitura revela el deseo de Schumann de explorar una orquesta más ágil y camerística, donde su lenguaje lírico y su pensamiento contrapuntístico alcanzan un equilibrio de forma y expresión que anticipa la madurez de sus sinfonías posteriores.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

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