La Heroica

Orquesta Sinfónica Nacional

En esta oportunidad, la Orquesta Sinfónica del Sodre (Ossodre) recibirá a la renombrada y joven directora colombiana Ana María Patiño. Abrirá el programa el preludio de la ópera La última gavota, del prodigioso compositor uruguayo César Cortinas. Luego, la Orquesta interpretará Recuerdo de un lugar querido, de Tchaikovsky (en arreglo sinfónico de Glazunov), una obra profunda y conmovedora. Para esta obra, se recibirá a la talentosa violinista argentina Lucia Luque. El programa cerrará con la colosal Tercera Sinfonía Heroica de Beethoven.

 

Programa

 

César Cortinas
(San José de Mayo, 1892 — Córdoba, Argentina, 1918)
Preludio de La última gavota
Piotr Ilich Tchaikovsky
(Vótkinsk, 1840 — San Petersburgo, 1893)
Recuerdo de un lugar querido,
Op. 42, para violín y orquesta
(orquestación: Aleksandr Glazunov)

  1. Meditación
  2. Scherzo
  3. Melodía

 

LUCÍA LUQUE

INTERVALO DE 15 MIN.  
Ludwig van Beethoven
(Bonn, 1770 – Viena, 1827)
Sinfonía n.º 3 en Mi bemol mayor, Op. 55, «La Heroica»

  1. Allegro con brio
  2. Marcia funebre: Adagio assai
  3. Scherzo: Allegro vivace
  4. Finale: Allegro molto – Poco andante – Presto

Dirección: Ana María Patiño (Colombia/Suiza)

Violín: Lucía Luque (Argentina)

Pianista y compositor de extraordinaria precocidad, César Cortinas nació en San José en 1890 y desde niño mostró una sensibilidad especial hacia la música. En Montevideo, donde se instaló con su familia en 1905, su hermana Laura alentó su vocación poniéndolo bajo la guía del maestro Camillo Giucci, formado con Franz Liszt. El talento del joven compositor le valió, en 1909, una beca para estudiar en Berlín con Max Bruch, quien lo incorporó a su clase de composición. Allí compartió estudios con músicos como el pianista polaco Wilhelm Kolischer, a quien más tarde dedicaría su Concierto para piano y orquesta. Sin embargo, la tuberculosis interrumpió sus planes y lo obligó a buscar tratamiento en Suiza. Su regreso a la composición fue fecundo: en 1912 creó Idilio para tenor y orquesta, inspirado en un texto de María Eugenia Vaz Ferreira, estrenado con gran éxito en el Teatro Solís. Luego amplió su formación en Bruselas hasta que la Primera Guerra Mundial lo trajo de vuelta a Uruguay. En 1916 presentó su ópera, La última gavota, y poco después, ya aquejado por la enfermedad, se trasladó a las sierras de Córdoba. Allí escribió su última obra, la Elegía a Rodó, antes de morir en 1918 con solo 27 años.

Estrenada en el Teatro Solís en 1916, La última gavota es la única ópera de César Cortinas y toma como punto de partida El último minué (1909) del dramaturgo español Jacinto Benavente, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1922. La trama se sitúa en el período del Terror de la Revolución Francesa, entre 1793 y 1794, en los instantes previos a la ejecución pública de María Antonieta. Su preludio despliega la sensibilidad melódica y el sentido dramático que distinguieron al gran compositor uruguayo.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

El conjunto de tres piezas titulado Souvenir d’un lieu cher (Recuerdo de un lugar querido) fue compuesto por Tchaikovsky en 1878 durante una de las etapas creativas más intensas y liberadoras de su carrera. Hacia 1877 ya era considerado el compositor ruso más importante de su generación, pero ese mismo año tomó una decisión apresurada que marcaría profundamente su vida: contrajo matrimonio con una exalumna a la que apenas conocía desde hacía un mes. La unión, motivada por una compleja mezcla de presiones personales y sociales, resultó insostenible. Apenas dos semanas después de la boda, Tchaikovsky sufrió un colapso nervioso que lo llevó a alejarse temporalmente de Moscú y buscar refugio en el extranjero.

Como parte de su recuperación —y animado por su hermano Anatoly—, Tchaikovsky se instaló en Clarens, Suiza, en febrero de 1878. Allí, en un clima de tranquilidad y acompañado por el joven violinista Yosif Kotek, terminó de componer y revisar en pocas semanas su Concierto para violín. La Méditation en re menor del opus 42, que integra el presente programa, fue escrita durante esas mismas semanas y concebida originalmente como el movimiento lento del concierto, aunque pronto decidió reemplazarla por la Canzonetta. Poco después, en mayo, Tchaikovsky se trasladó a una finca en Brailov (actualmente Braïliv, en Ucrania) propiedad de Nadezhda von Meck, una adinerada mecenas con quien mantuvo una amistad epistolar durante catorce años. Fue en ese entorno inspirador donde compuso los dos movimientos restantes de Recuerdo de un lugar querido como agradecimiento a Kotek, quien lo había acompañado durante el proceso de creación de su Concierto para violín y le brindó apoyo moral en semanas de gran vulnerabilidad. El “lugar querido” no es otro que la propia localidad de Brailov, donde Tchaikovsky pasó una temporada especialmente grata. De hecho, en el manuscrito puede leerse la enigmática dedicatoria a “B******”.

Orquestada posteriormente por Aleksandr Glazunov, la obra se abre con la Méditation, considerada por el propio Tchaikovsky como la mejor de las tres piezas del conjunto. Sus melodías amplias y expresivas, sostenidas sobre un acompañamiento delicado, despliegan un lirismo de gran intensidad, teñido de melancolía y una sutil oscuridad que la vuelve especialmente conmovedora. Le sigue un Scherzo brillante, de ritmo vivo, que evoca el espíritu de los scherzi de Mendelssohn. El final, Mélodie —descrito por el compositor como un “canto sin palabras”— retorna a un tempo moderado cargado de emotividad.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

La imagen de Beethoven borrando enérgicamente las palabras “intitulada Bonaparte” de la primera página de su Tercera Sinfonía —hasta agujerear el papel— es casi tan célebre como la música misma de la obra. Sin embargo, las circunstancias que llevaron al compositor a modificar el título se vuelven meras anécdotas ante la trascendencia de una música que permanece como una de las más revolucionarias del arte occidental.

Beethoven veía en Napoleón la principal fuerza hacia una Europa democrática, y por ello decidió en 1803 escribir una sinfonía que llevara su apellido como título. Al enterarse de que Napoleón se había autoproclamado emperador en 1804, la desilusión lo llevó a reemplazar el título por “Sinfonía heroica, compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre”. Lo que inspira esta sinfonía no es tanto la figura de Napoleón, sino el idealismo de Beethoven y su propia concepción de lo heroico. La obra fue compuesta pocos meses después del revelador testamento de Heiligenstadt, en el que el compositor expresa con profundo dolor el avance de su sordera. En ese contexto personal, la creación de una obra tan sustancial como la Tercera supone un acto heroico en sí mismo.

La Eroica es, quizás, la primera sinfonía que capturó la imaginación romántica. No es tan evocadora como la Pastoral, ni tan explícita en su mensaje como la Novena; sin embargo, el poderoso y monumental primer movimiento, seguido por la marcha fúnebre, debieron de sonar, para la audiencia vienesa de 1805, como algo nunca antes oído. Su duración —casi el doble que la de cualquier sinfonía madura de Haydn o Mozart— y su carácter la distinguen radicalmente de toda obra anterior del mismo género.

El Allegro con brio despliega una vigorosa amplitud a través de seis temas melódicos estrechamente relacionados. En el inicio de la reexposición se escucha la célebre “entrada falsa” del corno, que en su momento fue considerada un error por los músicos más conservadores. La marcha fúnebre ofrece una solemnidad interrumpida por interludios que aportan cierta dulzura al tono lúgubre del movimiento. La tensión se disipa en el Scherzo, donde por primera vez el modesto minueto de Haydn y Mozart se transforma, en manos de Beethoven, en un movimiento genuinamente sinfónico. El Finale, construido sobre variaciones de un tema previamente utilizado por el compositor, destaca por su variedad estilística y complejidad, que lo convierten en una coda de gran virtuosismo orquestal.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

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