Bach–Mozart–Haydn. Joyas del repertorio

Orquesta Sinfónica Nacional

Se interpretará el magistral Concierto para dos violines en Re menor de Bach, una obra de diálogo luminoso y profunda expresión. Asimismo, se abordarán los momentos más destacados de algunas de las sinfonías de Haydn y Mozart, que son testimonio de su genialidad orquestal y de su maestría melódica. Completan el programa la solemne Marcha de los Sacerdotes de La flauta mágica y la poderosa obertura de La clemenza di Tito, ofreciendo así un viaje por la riqueza del clasicismo europeo. Una noche para disfrutar de la elegancia y la vitalidad de estos tres grandes maestros.

 

Programa

J. S. Bach
(Eisenach, 1685 – Leipzig, 1750)
Sinfonía de la Cantata n.º 174

Concierto para 2 violines en Re menor, BWV 1043

  1. Vivace
  2. Largo, ma non tanto
  3. Allegro
INTERVALO 15 MIN.
J. Haydn
(Rohrau, 1732 – Viena, 1809)
1.º movimiento de la Sinfonía n.º 83

Tema del 2.º movimiento (adagio) de la Sinfonía n.º 92

W. A. Mozart
(Salzburgo, 1756 – Viena, 1791)
Marcha de los Sacerdotes de La Flauta Mágica
J. Haydn Tema del 2.º movimiento (andante) de la Sinfonía n.º 81
W. A. Mozart 1.º movimiento (molto allegro) de la Sinfonía n.º 40

Adagio en Mi bemol de la Gran partita

Obertura de La Clemenza di Tito

Dirección: Nicolas Rauss

Solistas: Mathías Pereyra y Mario Roldós (violines)

Edad máxima (inclusive) con acceso gratuito permitido: 3 años

Compuesta en 1729 para el Lunes de Pentecostés, esta cantata sacra se basa en un texto de Picander (seudónimo del poeta Christian Friedrich Henrici), con quien Bach colaboró en obras como las Pasiones según San Mateo y San Marcos, así como en varias cantatas seculares. La cantata se abre con una sinfonía en el sentido que el término tenía en el Barroco temprano y medio: una introducción instrumental u obertura. Para esta sección, Bach reutiliza el primer movimiento de su propio Concierto de Brandeburgo n.º 3, enriqueciendo su orquestación original —compuesta exclusivamente por cuerdas— con oboes, cornos y corno inglés. Ninguno de los movimientos vocales que siguen alcanza la energía y brillantez de esta imponente introducción.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

La carrera musical de Joseph Haydn estuvo estrechamente vinculada a su relación con distintos mecenas aristocráticos del Imperio Austríaco. En 1761 Haydn suscribe un contrato como director musical con el príncipe húngaro Pál Antal Esterházy, para cuya familia trabajó por casi tres décadas. Durante este tiempo, llevó las riendas de la vida musical de la familia Esterházy, ocupando su tiempo no solamente en componer, sino también en organizar y dirigir la orquesta de la corte. Haydn recordaba: “Ya que estaba aislado del mundo, nadie a mi alrededor podía molestarme ni distraerme, por lo tanto, estaba destinado a la originalidad”. Sin embargo, desconocía el impacto que su música ya ocasionaba en París desde 1764 –y que pronto alcanzaría al resto de Europa–.

Fascinado por sus sinfonías y cuartetos de cuerda, el conde d´Ogny Claude–François–Marie Rigoley encargó a Haydn, en 1784, seis sinfonías a ser estrenadas por la orquesta de la Concert de la Loge Olympique en una serie de conciertos en París. Acostumbrado a una existencia aislada al servicio de la corte de Esterházy, Haydn debió estar realmente sorprendido que su música fuese admirada en Francia. Conocida como “La gallina”, la Sinfonía n.º 83 pertenece a este grupo de obras. Su primer movimiento (que integra este programa) combina energía dramática con ingenio temático. Del motivo rítmico agudo y repetitivo del segundo tema es que esta sinfonía recibió el sobrenombre de “La gallina”, ya que el mismo evoca el cacareo de una gallina. Tras componer las seis sinfonías entre 1785–86, Haydn recibió un nuevo encargo. El conde d´Ogny estaba dispuesto a hacerse cargo de los costos por tres sinfonías más (las sinfonías n.° 90, 91 y 92).

Completada en 1789, la Sinfonía n.° 92 jamás pudo ser escuchada por el conde, quien falleció en 1790. Se estrenó en Londres en 1791, a instancias de una gira por Inglaterra. El tremendo éxito de la sinfonía motivó a la Universidad de Oxford a otorgar al célebre compositor un doctorado honorario. Ese mismo año, la universidad organizó un festival de tres días en su honor, para el cual compondría una nueva obra. Sin embargo, al no llegar a tiempo a las celebraciones con las partituras, se decidió interpretar la Sinfonía n.° 92. Debido a esta sustitución de última hora, la sinfonía es conocida como Oxford. El Adagio (del cual se interpreta para este programa su tema principal) revela la maestría de Haydn para conmover sin grandilocuencias.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Compuesta en 1791, la ópera La flauta mágica es una de las obras más singulares y enigmáticas de Mozart. Concebida como un singspiel —género que combina canto y diálogo hablado—, esta ópera logra un equilibrio inusual –y fascinante– entre lo trascendente y lo absurdo, a la vez que incorpora ecos discretos del simbolismo masón. El libreto de Emanuel Schikaneder, cargado de alegorías y contrastes morales, encuentra en la música de Mozart una profundidad expresiva que eleva lo fantástico a una experiencia espiritual y estética de gran sofisticación.

La marcha de los sacerdotes (acto II) es uno de los momentos más solemnes de la ópera. Breve, pero poderosa, esta pieza instrumental introduce la escena del templo, evocando con su ritmo procesional y armonía majestuosa una atmósfera de recogimiento y autoridad moral. Mozart utiliza los metales y las maderas graves para dar un carácter ritual y sereno a esta marcha, que simboliza el ingreso del protagonista al ámbito del conocimiento, la razón y la iniciación.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Compuesta en 1784, la Sinfonía n.º 81 forma parte de un grupo de obras escritas por Haydn en un momento de plena madurez artística, durante su largo servicio en la corte de los Esterházy. Situada en el período inmediatamente anterior a las célebres sinfonías «parisinas», esta obra exhibe con claridad la maestría estructural y la inventiva temática que caracterizan al compositor en esta etapa. A través de una orquestación equilibrada y un tratamiento refinado del material melódico y armónico, Haydn ofrece aquí un ejemplo acabado del clasicismo vienés en su forma más pura y elegante.

El segundo movimiento, Andante, se presenta como una página de serena introspección, donde Haydn despliega una sensibilidad lírica de sorprendente delicadeza. La melodía, de contornos sencillos, pero expresivos, flota sobre una textura armónica de gran sutileza. En su aparente simplicidad, este movimiento encierra una profunda elocuencia: una música que no busca impresionar por el exceso, sino conmover por la claridad y el equilibrio.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

En 1729 Bach comenzó a dirigir el Collegium Musicum, una sociedad musical cívica integrada por músicos locales (estudiantes en su mayoría) que se reunían en el Café Zimmermann, lugar donde varias de sus cantatas seculares se interpretaron por primera vez. La conducción de esta sociedad permitió a Bach probar y presentar varias de sus obras seculares instrumentales, lo cual hace probable que el Concierto para dos violines en Re menor haya sido interpretado por primera vez en este contexto (el estilo del concierto es coherente con el tipo de música que se interpretaba en ese entorno).

Compuesto hacia 1730, este concierto es, sin dudas, una de las obras más emblemáticas del repertorio barroco y un ejemplo ideal del arte concertante de Bach. El célebre compositor parece deleitarse en explorar las múltiples formas de interacción entre los dos violines solistas, generando diálogos de gran sofisticación y audacia. A lo largo de la obra, Bach alterna entre el virtuosismo, la simetría y el lirismo, revelando una escritura que combina estructura rigurosa con una expresividad libre y vibrante.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

Apenas un mes después del estreno de Don Giovanni en Viena en 1788, Mozart se disponía a trabajar en las que serían sus tres últimas sinfonías (n.° 39, n.° 40 y n.° 41), las cuales completó en el trascurso de nueve semanas. La impresionante fluidez de su creatividad y la naturalidad con la que componía quedan de manifiesto si tomamos en cuenta que mientras escribía estas obras, el compositor además daba lecciones de piano, atendía a su esposa enferma, sufría la muerte prematura de una hija de seis meses, se mudaba de apartamento y vivía una difícil situación económica.

La necesidad expresiva de Mozart es tal que renuncia a la habitual introducción lenta del primer movimiento e ingresa sin preámbulos en el cuerpo mismo de la sinfonía. Inicialmente la partitura señalaba un tempo allegro assai (que podría traducirse como “bastante rápido”); sin embargo, la indicación molto allegro se ajustaba más a la urgencia y agitación que perseguía su autor. Al igual que los primeros compases de la Quinta de Beethoven, esta sinfonía logra con elementos simples gestos musicales inolvidables.

A más de dos siglos de su creación, la Sinfonía n.° 40 –al igual que la n.° 39 y n °41– mantiene su lugar en la cumbre del repertorio sinfónico. Richard Wagner apuntaba sobre esta sinfonía: “La n.°40 es una obra fundamental en el salto al mundo Romántico”.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

La Serenata n.º 10 en Si bemol mayor es conocida como Gran partita, ya que con este nombre aparece en el manuscrito de Mozart. Aunque se constata de que no fue el mismo Mozart quien escribió ese título en su partitura (la caligrafía definitivamente no es la suya), el nombre de Gran partita resulta conveniente y adecuado. En tiempos de Mozart los términos “partita” y “serenata” eran más o menos intercambiables, por lo que “gran partita” puede entenderse como una serenata de grandes dimensiones.

Completada en 1784 –los primeros bocetos datan de 1781–, la obra se destaca por su notable orquestación. Cada matiz en el carácter de la música es representado por una sonoridad muy cuidada. Mozart emplea los instrumentos de tal forma que funcionan como personajes de una ópera sin palabras. Para este programa se interpreta el célebre Adagio en Mi bemol: una música de una belleza serena y hondura expresiva, que refleja el costado más tierno y meditativo de Mozart. Este Adagio, junto con los elaborados movimientos de proporciones casi sinfónicas que conforman la Gran Partita, consagra a esta serenata como una de las obras más lograda jamás escrita para conjunto de vientos.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

En 1791 Mozart trabajaba simultáneamente en dos proyectos importantes (el Requiem y La flauta mágica) cuando recibió desde Praga el encargo de una ópera destinada a la coronación del Emperador Leopoldo II de Austria como Rey de Bohemia. La clemenza di Tito, que narra un acto de extraordinaria benevolencia por parte del Emperador Romano Tito, resultó ser la historia adecuada para celebrar la coronación del monarca austríaco. La obertura se inicia con una fanfarria marcial y presenta un desarrollo con ecos sinfónicos, comparable al del primer movimiento de su Sinfonía Júpiter.

Texto: Felipe Ortiz Verissimo

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